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Literatura

Diarios (volumen 3), Iñaki Uriarte

Frente a las apabullantes solapas de las novedades editoriales, que descubren una obra maestra cada mes, esto es lo que dice la solapa del tercer volumen de los Diarios de Iñaki Uriarte: Iñaki Uriarte nació en Nueva York (1946), es de San Sebastián y vive en Bilbao. Nada más; se agradece la asepsia de la editorial (Pepitas de calabaza) para que sea el lector el que ponga los adjetivos una vez ejecutada la lectura. Hay solapas que parecen querer ahorrar la lectura del libro: basta con leer el elogio y la presunción de obra maestra, basta con ponderar el libro para que su aroma despierte la pituitaria de la razón, tan acostumbrada al perfume caro. Pepitas de Calabaza, desde su lema (una editorial con menos proyección que un cinexín), se descubre sin tapujos y con humor. Hay más honestidad en un solo libro de Pepitas de calabaza que en toda la colección de los Planeta. La honestidad, amigos, no vende libros, pero hace libros hermosos para lectores honestos. La historia paralela de la literatura es una colección de buenas maneras (que no intenciones).

Dijo Umbral que los diarios son literatura en estado puro. Yo creo que un diario debe reflejarlo todo a condición de que no pase nada, o sea, que el diario es el ruido de fondo de los días, el silencio que se va posando con delicada paciencia sobre los acontecimientos, esas cosas que pasan mientras uno pone la lavadora, hace la comida, limpia el polvo u ordena la habitación. En un diario íntimo podemos ver la destreza de alguien que escribe porque solo está en juego la palabra, no hay argumento ni muertos que descifrar, solo lenguaje. El verdadero interés de los diarios no es ver con qué famoso se codea el diarista, qué confidencia escucha o qué secreto revela; si no hay sinfonía léxica el diario se viene abajo. Mientras que la novela trata de reproducir el paso del tiempo, en el diario el tiempo queda suspendido; no hay transcurrir temporal porque todos los días parecen el mismo día.

Iñaki Uriarte demuestra con este tercer volumen de sus diarios que no es necesario sufrir una vida trepidante para contarlo, solo hacia el final del libro una invitación en Nueva York parece agitar la cotidiana tranquilidad del vasco. En esa invitación asistimos a una conferencia que Iñaki Uriarte dará gracias a la publicación de los dos volúmenes anteriores, algo que espolea su ego pero que mira siempre de reojo, sospechando que la publicación de sus diarios es un ejercicio fantasmal, como si uno fuera la transparencia melancólica a través de la que todos pueden mirar.

Tres son los ingredientes de la prosa de Uriarte: la claridad, el humor y un intelectualismo a veces naif, a veces bizarro. Escribir con claridad para poner en limpio el día o la cabeza parece ser el objetivo de todo diario que se precie. Así, encontramos irreverencia: Hoy han dejado en el buzón dos folletos de propaganda. Uno de un cocinero japonés a domicilio. «¿Quieres comer en casa tranquilamente y no hacer nada?». Firma Hirotomo Sunada. Proporciona su teléfono y su email. El otro prospecto llega desde el gobierno vasco. Es publicidad de la famosa «consulta» de Ibarretxe. No trae teléfono ni email. También pregunta algo. Lo rompemos y guardamos el de Hirotomo Sunada, que parece menos tramposo y redactado en un lenguaje más claro. Encontramos citas sublimes: «No hay normas. Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe» (Pessoa). Encontramos reflexiones de toda índole: «Ayer hice unos cálculos», le dije a María en el coche. «Imagínate Amsterdam en el año 1649. La ciudad más floreciente del mundo. Del tamaño de San Sebastián. Unos 130.000 habitantes. Y ahora piensa en una calle llena de gente, a media mañana. Y en cuatro hombres que caminan por separado. Cada uno va a lo suyo. El primero tiene 56 años. Es Descartes. El segundo, 42. Es Rembrandt. No lejos de ellos, mirando en direcciones distintas hay dos jóvenes. Los dos tienen 17 años. Uno es Vermeer y el otro Spinoza. Todos en la misma calle, en una ciudad del tamaño de San Sebastián, en la Avenida, por ejemplo».

Los Diarios de Iñaki Uriarte no son una obra maestra, pero resultan imprescindibles para hacer algo imprescindible en estos tiempos extraños: disfrutar con la lectura.

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